Por Sven Larson
Imagínate que deseas comprarte una computadora portátil que cuesta US$1.000. Pero aparece una necesidad más urgente y entonces decides que ahorrarás para comprártela dentro de un año.
Un buen día de enero de 2019 retiras esos US$1,000 del banco y vas a comprar la laptop. Pero en la tienda te quedas boquiabierto ante el nuevo precio: US$73,670 por el mismo producto en el mismo lugar.
Por supuesto que esto nunca sucedería en Estados Unidos o en un país normal. De hecho, para la mayoría de las naciones una inflación de 7.267 % es una fantasía casi inimaginable.
Sin embargo, ésta es la realidad en Venezuela, donde una lata de Coca Cola que costaba 1 bolívar en enero de 2017 hoy cuesta 74 bolívares, si es que la puedes encontrar. Los venezolanos deben sobrevivir en medio de una cada vez más desesperante escasez de prácticamente todos los productos cotidianos.
¿Cómo ha llegado Venezuela a esto? Y lo más importante, ¿puede suceder acá?
Éstas preguntas no solo son para expertos en políticas públicas. Todos deberíamos preocuparnos. El problema radica en que demasiadas personas en Europa y América del Norte comparten la misma ideología de la clase política dominante en Caracas, los chavistas. Mientras existan promotores del socialismo correremos el riesgo de que hagan con nuestro país lo que sus hermanos ideológicos hicieron con Venezuela.
La respuesta a cómo Venezuela cayó al calabozo de miseria económica y social en el que está empieza a tomar forma si entendemos que dicho país es víctima de un experimento cínico y a gran escala de socialismo. No es tan obvio como parece: hay muchos que se resisten a admitir que esta otrora gran nación en la costa norte de América del Sur es un buen ejemplo de socialismo puesto a la práctica.
De hecho, mientras Venezuela se desmorona, los izquierdistas están ya sea intentando tomar distancia —”Venezuela nunca fue socialista”— o buscando un chivo expiatorio que sirva como excusa para las atrocidades de la “Revolución bolivariana”. En junio del año pasado, por ejemplo, el diario Socialist Worker descaradamente afirmó que el socialismo nunca había sido implementado en Venezuela. Aseguraba, por el contrario, que la crisis venezolana era una “crisis aguda del capitalismo”.
Otros no pueden deshacerse tan fácilmente del problema venezolano. El Partido Socialista Británico, una de las organizaciones izquierdistas más resistentes de Europa, echa la culpa a una supuesta “contrarrevolución capitalista”. Tal vez culpen también, por las quemaduras de sol, a la ausencia de lluvia.
En 2013, un panegírico a Hugo Chávez de Socialist Project, una publicación canadiense, argumentaba que los crecientes problemas del país se debían a la resistencia de capitalistas y burócratas del Gobierno. Se hacían eco de un artículo de 2007 del International Socialist Review que alababa a Chávez por sus “resultados espectaculares”.
¿A qué resultados se referían? El International Socialist Review ofrecía estos ejemplos:
- los gastos sociales como porcentaje del PIB se duplicaron
- comida subsidiada para los pobres
- atención médica para los pobres financiada con impuestos
- educación universitaria subsidiada para familias de bajos recursos
- salario mínimo mayor.
Nótese que todas estas medidas están dentro de lo que logran o predican políticos progresistas en Europa o Norteamérica. La “guerra contra la pobreza” en Estados Unidos, por ejemplo, creó Medicaid (atención médica para los pobres financiada con impuestos), expandió substancialmente el programa de vales de comida (alimentos subsidiados de facto) y triplicó el porcentaje de ingreso que los estadounidenses recibían de asistencia gubernamental.
Los préstamos estudiantiles federales en Estados Unidos funcionan como subsidios a la educación universitaria, y aumentar el sueldo mínimo es una típica propuesta del Partido Demócrata que avanza en estados y ciudades de todo el país.
La ficha de antecedentes de Hugo Chávez es más extensa, pero estas reformas fueron cruciales para la transformación socialista de Venezuela. También eran las reformas más aplaudidas por socialistas que buscaban en Venezuela un modelo a seguir. De hecho, si bien muchos comentaristas socialistas pueden diferir sobre la “verdadera” naturaleza socialista de Venezuela, la izquierda mundial es prácticamente unánime en celebrar estas reformas.
Es justo, entonces, preguntar: si esas reformas eran lo suficientemente socialistas, y si siguen vigentes en Venezuela hasta hoy, ¿por qué no deberíamos mirar a Venezuela para aprender lo que el socialismo ocasiona en un país?
Para alcanzar sus objetivos, los socialistas en Caracas han recurrido a minuciosas regulaciones de precios, forzando a negocios a vender desde papel higiénico y comida hasta automóviles por menos de lo que cuesta producirlos. La consecuencia nada sorprendente de esto ha sido la escandalosa escasez que empuja al país hacia la hambruna, además de una ola de violencia y mercado negro por doquier. El imperio de la ley ha sido reemplazado por la ley del más fuerte.
Las consecuencias negativas del proyecto chavista hace que los socialistas o bien inventen chivos expiatorios o bien nieguen que Venezuela sea socialista. Sin embargo, las medidas que crearon la escasez eran exactamente las mismas que implementaban el socialismo. Para proveer más productos a más gente, especialmente aquéllos esenciales como comida, el régimen de Hugo Chávez impuso controles de precios e incluso se apropió de empresas privadas. Él quería que los productos sean “asequibles”, lo cual estaba motivado por su deseo de eliminar la “avaricia capitalista”, más conocida como el lucro.
Al fin y al cabo, el socialismo se trata de la redistribución económica. El grado de miseria impuesto por el socialismo es proporcional al grado de redistribución. Venezuela es socialista: los chavistas apenas fueron un poco más allá en sus ambiciones que en otras naciones socialistas, como los Estados de bienestar escandinavos. Lógicamente, las consecuencias en Venezuela han sido más extremas. Pero la tragedia venezolana es sencillamente eso: una mala ideología en exceso.
Sven R Larson es un economista político estadounidense con 20 años de experiencia en política pública. Es consultor de investigación, asesor legislativo, y autor de varios artículos académicos y libros, como The Rise of Big Government: How Egalitarianism Conquered America (Routledge, Oct., 2017).
Lea la versión original en inglés, que fue publicada en American Institute for Economic Research.
Traducido por Daniel Duarte.